Translate

lunes, 17 de agosto de 2020

Jesús conoce a todos los hombres.

Pasaje: Juan 2:23-25
Título: Jesús conoce a todos los hombres.

¿Qué tanto te conoce Dios? ¿Cómo sabes si lo que hay en tu corazón es real? Hoy descubrirás a través de este estudio que Dios te conoce más de lo que puedes imaginar.


Había llegado la primera pascua en el primer año de ministerio de Jesús. Pocos días antes de la pascua, Jesús había purificado el templo de la corrupción que se había estado practicando. Todos sabían que lo que se estaba haciendo estaba mal, pero, nadie se atrevía denunciar la corrupción y hacer algo para cambiar lo incorrecto, solo Jesús se atrevió hacerlo.

Posiblemente, mucha gente sabía que lo que se había estado practicando en el templo estaba mal, pero, nadie se sentía con la autoridad moral o espiritual para hacer algo al respecto. Jesús sí se atrevió porque él era el Hijo de Dios, y no había quién pudiera acusar su conciencia moral y espiritual.

El hecho de que Jesús se atreviera a hacer algo, constituyó para muchos de los judíos como una señal de que Jesús debía ser alguien especial, porque para hacer lo que hizo Jesús se necesitaba autoridad, propiedad y congruencia entre lo que se dice y hace. Esta es una de las razones por la que las personas creyeron en Jesús, tal como lo cita el texto:

Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. (Juan 2:23).



Este pasaje aunque es muy breve, no termina allí, y la segunda parte nos revela una verdad que a todos nos dejará perplejos:
Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre. (Juan 2:23).

Espera un momento, ¿Cómo es que Jesús no se fiaba de ellos si ellos habían creído en su nombre? ¿No les parece contradictorio? Veamos porque Jesús no se fiaba de ellos y  qué nos enseña Jesús acerca de lo que en verdad significa CREER:

Entre los judíos había muchos que se encontraban admirados por su valor, su valentía y su integridad. Pero,  eso no significa que habían tomado la decisión de depositar su confianza en él  para seguirle como su Señor y Salvador.

Ante los ojos de Dios, creer no es solamente saber una información, estar de acuerdo intelectualmente con una idea o pensamiento. Creer involucra más que algo de la mente, creer significa estar convencido de algo, depositar tu confianza, tu vida, en aquello que crees, esto es lo que significa creer desde la perspectiva de Dios: Confianza y convicción en el corazón.



Por muy duro que suene esto para ti, debo decirte que hoy en día mucha gente vive engañada, perdida y sin salvación. Hay muchas personas que creen que son salvas y no lo son, hay muchas personas que piensan que creen en Dios pero, realmente no creen en él.

¿Cómo es esto posible? Esto es porque las personas en nuestro contexto suelen tener una falsa fe cultural o heredada de nuestros padres. Pero, realmente la fe es algo personal, es algo muy íntimo del corazón, la verdadera fe en el nombre de Jesús significa creer y estar convencido en que Jesús es el Hijo de Dios, el salvador del mundo, quien murió por nuestros pecados, y que resucito al tercer día para salvarnos y darnos vida juntamente con él. Estar convencido de esta verdad, nos debe llevar a tomar la decisión de depositar nuestra confianza en Dios, a tal punto de que le entreguemos a Dios todo nuestro ser.

La pregunta que deberías hacerte en este momento es ¿tengo una falsa fe cultural y religiosa en Dios o tengo una fe y confianza genuina en Dios a través de Jesús? ¿Cómo lo puedes saber? Sencillo, el ser humano, puede llegar a dar su vida por sus convicciones, es decir, tus acciones reflejan las convicciones de tu corazón, por lo que deberías preguntarte en este momento, ¿Qué dicen tus obras de las actitudes y convicciones de tu corazón? ¿Hay una buena relación en tu vida entre lo que se supone que crees y lo que vives?



Tal vez, para ti sea muy difícil responder preguntas como estas. Pero, lo mejor no termina aquí, lo mejor es que Jesús conoce tu corazón y te conoce más que a ti mismo, tal como nos los muestra la siguiente parte del pasaje que estamos estudiando:

Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre. (Juan 2:23).

Sin que nadie se lo dijese, Jesús sabía lo que había en el corazón del hombre y Jesús sabe lo que hay en tu corazón, aún más; él sabe si verdaderamente tú crees en él. ¿No me lo crees?  Recuerda que Jesús es Dios mismo hecho hombre, y Dios todo lo sabe.

Un hombre llamado Job, hablando con Dios le dijo: “que no hay pensamiento que se pueda esconder de ti” (Job 42:2),  el profeta Jeremías también dijo: “tú, oh Jehová me conoces; me viste, y probaste mi corazón para contigo” (Jeremías 12:3), el Rey David escribió un salmo en el que dijo: “Pues, aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda” (Salmos 139:4)  y más adelante añadió  “Examíname oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (salmos 139:23-24) Dios, conoce el corazón y el pensamiento de todos los hombres, y esto también es una señal de que Jesús es el hijo de Dios, porque al compartir la misma naturaleza del Padre, conoce todo lo que hay en el hombre.



Ahora, que sabemos que Dios conoce todo lo que hay en el hombre, lo más íntimo y secreto de nuestros corazones y pensamientos. Debemos, creer en Jesús y pedirle a Dios que nos examine, nos pruebe, y que nos muestre si hay algo malo en nosotros, para que nos muestre cómo cambiar, y nos de la fortaleza para lograrlo.

También, debemos pedirle a Dios con toda sinceridad, que examine nuestros pensamientos, convicciones y conducta y pedirle que nos revele si en nuestro ser habita una fe genuina en Jesús como Señor y Salvador de nuestras vidas. Y a la misma vez, pedirle que nos llene de fe y confianza en él.
Para reflexionar: ¿Qué debo hacer ahora que sé que Dios lo sabe todo de mí?

Esto nos enseña acerca de Jesús:
  •          Que Jesús es el Hijo de Dios.
  •          Que Jesús lo sabe todo.
  •         Que Jesús conoce a todas las personas, lo que hay en sus pensamientos, convicciones y conductas.

Para reflexionar y meditar:
  •          ¿Creo realmente en Dios?
  •        ¿Qué actitudes y hábitos debo cambiar en mi vida ahora que sé que Dios lo sabe todo de mí?
  •          ¿Estoy viviendo lo que se supone que creo en mi corazón?
  •          ¿Te estas apropiando de las promesas de Dios para tu vida?
  •          ¿Sientes autoridad moral y espiritual por la fe en Jesús quien perdona, limpia y restaura para enseñar con autoridad la palabra de Dios? Si no es así, este es un buen momento para que busques a Dios.
  •   Te recomiendo escuchar la siguiente canción y te animo a que hables con Dios, meditando en lo que hemos aprendido hoy mientras alabas.


jueves, 6 de agosto de 2020

Título: Jesús purifica el templo.

Pasaje: Juan 2:13-22
Título: Jesús purifica el templo.

¿Cómo puedo ser purificado? La pureza es la cualidad de aquellos que no se han contaminado. Pero, vivimos en un mundo donde predomina la contaminación en todos los sentidos, no solo nos referimos al medioambiente natural, sino, que también incluimos todo lo que nos rodea y que  de alguna manera entra a nuestra alma, mente y corazón.

Jesús purifica el templo.

En este mundo contaminado en que vivimos, somos propensos a ensuciarnos los pies al pasar por caminos lodosos, algunas de las formas en que la contaminación entra a nuestro interior es a través de lo que vemos, oímos, palpamos, hablamos, pensamos, deseamos y creemos. Y frente a todo eso, el deseo de Dios es que seamos puros y nos limpiemos de toda contaminación. La gran pregunta es: ¿Cómo puedo ser purificado? ¿Cómo puedo ser limpio de toda maldad? En el estudio de hoy, veremos cómo esto es posible a través de Jesús.

Después, de convertir el agua en vino en Caná de Galilea, Jesús se dirigió junto a su madre, hermanos y discípulos, a Capernaum, y estuvieron allí no muchos días, porque estaba cerca la pascua de los judíos; y durante la pascua todos los judíos debían dirigirse al templo y ofrecer sacrificios. Jesús, como todo judío, también se dirigió hacia el templo de Jerusalén para celebrar la pascua.

Ahora bien, quizás te estés preguntando ¿Qué es la pascua? ¿Qué significa? ¿Por qué era tan importante para los judíos? Necesitamos responder estas preguntas para poder comprender lo que Jesús quería enseñar en este pasaje.

La pascua era una fiesta solemne de los judíos, que se celebraba todos los años el día diez del primer mes del año hebreo. En conmemoración del día en que Jehová libró a los primogénitos de Israel, cuando estos obedecieron el mandato de Dios de marcar los dinteles de sus puertas con la sangre de un cordero. Esta fiesta debía recordar a Israel, las obras que Dios hizo por amor a su pueblo.

Por otro lado, en el templo se solía presentar ofrendas y sacrificios de animales, para expiar al pueblo de sus pecados. Dependiendo del tipo de pecado y de la condición económica del pueblo, se podía presentar bueyes, ovejas o palomas para ser sacrificado por los pecados de las personas.


El propósito de este ritual consistía, en que las personas tomaran conciencia y reconocieran que un animal inocente iba a ser sacrificado por la persona que había pecado. Esto debía llevarle a reconocer su condición de pecador, reconociendo que quien debía morir no era el animal, sino la persona. La persona debía sentir pesar por el mal que había hecho y arrepentirse, para que otro animal inocente no muriera en lugar de él.

Como habían judíos que venían desde lugares muy lejanos, se hacía muy difícil la tarea de trasladar a los animales desde las tierras donde residían, así que con el paso del tiempo, se comenzó a vender los animales en el templo, para aquellos que venían de lejos. Esto trajo como consecuencia una insensibilidad, tanto en el que ofrecía el sacrificio, como los que negociaban con éste. Los sacrificios se convirtieron en algo externo, material, algo que cualquiera con dinero podía comprar, la persona no lograba sensibilizarse ante el sufrimiento del animal, y le era muy difícil relacionar que una vida inocente iba a terminar por su culpa.

Por otro lado, encontramos a los cambistas,  quienes cambiaban las divisas por una moneda aceptable. Como los cambistas tenían el monopolio del mercado, cobraban una tasa exorbitante por sus servicios. Lo que había comenzado como un servicio a los peregrinos, se había degenerado, en explotación y usura. El templo de Dios se había vuelto una “cueva de ladrones”.

Estaba cerca la pascua de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y los cambistas sentados. (Juan 2:13-14).

Este es el escenario con que se encuentra Jesús cuando visita el templo, una adoración corrupta, y con personas que se aprovechan de forma inhumana de las vulnerabilidades económicas, sociales, y geográficas de otros.


Esto provocó en Jesús una profunda indignación frente a la injusticia y la corrupción que se estaba practicando en un lugar que se suponía debía ser para adorar a Dios. Esta es una de las razones por la que Jesús reacciona de la siguiente forma:

Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo: a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. (Juan 2:15-16).

Quisiera que profundicemos en estas últimas palabras de Jesús porque expresan una verdad profunda acerca de su identidad. ¿Qué verdad está expresando Jesús acerca de si mismo?


Era sabido, que el templo era un lugar dedicado para adorar a Dios; en este lugar moraba la presencia de Dios, y eventualmente se manifestaba, por lo que el templo era la casa de Dios; y los judíos sabían esto. Pero, ¿Qué es lo que realmente llama la atención?

Qué Jesús está afirmando que Dios es su Padre, esta es una verdad profunda, que Jesús estaba revelando acerca de su identidad. Y como todo lo del Padre es del Hijo, la casa del Padre, también es la casa del Hijo.

Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume. (Juan 2:17).

Los discípulos de Jesús que también estaban con él, no podían entender o procesar en sus mentes y corazones la profunda verdad de que Dios tuviera un hijo, de hecho para cualquier persona en aquel tiempo, esta verdad le sonaría descabellada,  inconcebible, y no fue hasta mucho tiempo después de conocer más a Jesús que los discípulos pudieron asimilar que Jesús era el hijo de Dios, y entender que realmente Jesús estaba cumpliendo una profecía escrita en Salmos 69:9

Este pasaje, que les recordó a los discípulos la razón por la cual Jesús estaba reaccionando de esta forma, expresa una segunda verdad, que podría ser difícil de entender, por lo cual se hace necesario que lo abordemos.

Hagamos un análisis de esta frase: “El celo de tu casa me consume”.

¿Cuál es la segunda verdad? Que Dios es celoso.  Es probable que hasta este momento te sientas algo confundido, porque como probablemente habrás visto en la misma Biblia se condenan los celos, como obras de la carne. Y es posible que te suene algo contradictorio y te lleve hacerte alguna de estas preguntas: “Si los celos son malos y Jesús sintió celos, entonces ¿Habrá pecado Jesús?” o si Jesús sentía celos, y sabemos que Jesús nunca pecó, entonces ¿Está bien sentir celos?

Es muy importante responder a estas preguntas, porque muchas personas toman este pasaje, y lo sacan de contexto para sostener una de estas dos afirmaciones:

  1.        Que Jesús pecó al enojarse y sentir celos.
  2.          Que está aprobado por Dios enojarse y sentir celos, porque “Jesús lo sintió”.

Ambas afirmaciones son incorrectas, Jesús nunca pecó, y la Palabra de Dios reprueba los celos. Entonces, ¿Cómo resolvemos este enigma? La misma palabra de Dios nos da la respuesta.

Existe una gran diferencia entre lo que siente el hombre, y lo que siente Dios. Cuando Dios creó al hombre lo hizo bueno, a su imagen y semejanza, por lo que como Dios era justo, el hombre también era justo, como Dios era bueno el hombre también era bueno, el hombre heredó de Dios incluso la capacidad de amar. Pero, el pecado distorsionó la imagen de Dios en el hombre, y como consecuencia también se distorsionaron todas las expresiones del hombre y sus relaciones.

De allí, que encontramos pasajes como Santiago 1:20 “Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios”. El pecado, ha hecho que el hombre en lugar  de justicia, sienta mas bien venganza impulsada por el rencor. Esto mismo ocurre con varios atributos de Dios que realmente son buenos, pero, que se han pervertido en el corazón del hombre.  Por lo cual esto nos lleva a afirmar que existe una gran diferencia entre el amor de Dios y el amor del hombre, la justicia de Dios y la justicia del hombre.

Aplicando este principio a la verdad acerca de que Jesús sintió celos, llegamos a la conclusión de que existe una gran diferencia entre el celo que experimentó Jesús y el celo que puede a llegar a experimentar el hombre por motivos egoístas.

El celo que Jesús sintió fue un Celo Bueno, un Celo de Dios, un Celo Santo. (2 Corintios 11:2 y Gálatas 4:17-18).

Jesús, sentía un profundo celo por la casa de su Padre, y sintió enojo con aquellos que reemplazaron la adoración y el arrepentimiento por medio del sacrificio, para evitar la vergüenza, y la culpa del pecado, intentando comprar el perdón con dinero.  Estas son algunas de las razones por las cuales, Jesús echó fuera a todos los que corrompían la adoración en el templo.

 “Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?  Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. (Juan 2:18-19).

Los judíos entendían claramente las insinuaciones de Jesús, ellos sabían que el templo era conocido como la casa de Dios, y al escuchar a Jesús decir: “No hagáis de  la casa de mi Padre…” ellos entendían que Jesús estaba insinuando que Dios era su Padre, y que él estaba insinuando que tenía autoridad para hacer todo lo que hacía, por lo que ellos le piden una señal, para que el demuestre sus afirmaciones.

Entonces, Jesús les respondió “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” Entonces: Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?

¿Cómo Jesús iba construir en tres días un templo que a una multitud de personas le había costado cuarenta y seis años? Aquí encontramos la tercera y última verdad de este estudio:

Más él hablaba del templo de su cuerpo.” (Juan 2:21).

El templo es la morada del Espíritu de Dios, en el cuerpo de Jesús moraba el Espíritu de Dios, por lo tanto su cuerpo físico era el templo de Dios, Jesús estaba diciendo que su cuerpo era el templo del Espíritu de Dios, y que la señal que él les daría es que si destruyen su cuerpo en tres días él lo levantaría.

“Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho”. (Juan 2:22).


Jesús, nos dio una señal a todos de que él era el hijo de Dios, cuando resucitó al tercer día de entre los muertos. La Biblia afirma en varios pasajes que los que hemos recibido a Jesús en nuestro corazón, recibimos a su Espíritu Santo en nuestro cuerpo, por lo cual se dice que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo.

Por lo tanto, el mismo celo que Jesús sentía por la casa de su Padre, ese mismo Celo Santo lo siente por ti. Y él no va a permitir que nadie profane tu cuerpo, porque tu cuerpo no es tuyo, es la morada de Dios que él creo, y que a la vez compró con su vida a precio de sangre.

Dios es Santo, y el lugar donde él habita también lo es. Y si Él habita en tu cuerpo, él va a purificar y santificar tu cuerpo, tu alma y tu espíritu.

El Celo Santo de Dios lo va a llevar  a purificar tu cuerpo, esto implica que él  va a tener que destruir y deshacer todas las obras del diablo, del mundo y de la carne en tu vida, para poder levantarte, y hacer cosas nuevas en ti.

Por supuesto, esto va a causarte dolor, pero, será un dolor necesario, no debes oponerte, ni resistirte, y mucho menos, corromper tu cuerpo con impurezas, porque Dios destruirá a quien destruye su templo que eres tú, y aunque tu alma se salve, te destruirá a ti mismo, si persistes en profanar tu cuerpo con impurezas.

“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?  Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es. (1 corintio 3:17-18).

Piensa en esto: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (1 Juan 1:9)

Dios no quiere destruirte, él realmente quiere perdonarte y limpiarte de toda maldad, porque él es fiel y justo, Pero, es necesario que antes, tú le entregues tu vida a Dios, y te arrepientas confesando tus pecados.

Esto nos enseña acerca de Jesús:

  •          Que Jesús es el Hijo de Dios.
  •          Que Jesús siente un celo santo por su Padre y por su pueblo.
  •          Que Jesús quiere y tiene el poder para purificarte.

Para reflexionar y meditar:

  •    ¿Has estado destruyendo tu cuerpo? ¿Has estado contaminando tu cuerpo con impurezas?
  •      Existen muchas clases de impurezas que contaminan tu cuerpo, por ejemplo: ¿Has estado contaminándote con alguna de estas: Adulterio (Infidelidad, deslealtad, a tu esposo/a), fornicación (deseos, pensamientos o relaciones sexuales sin estar casado, incluyendo el consumo de pornografía y la masturbación), inmundicia, lascivia (pasiones desordenadas, inmoralidad sexual, malos deseos, homosexualismo), idolatría (algo que ocupa el lugar de Dios en tu vida), hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones(Excesivos desacuerdos), herejías (creencias contrarias a Dios), envidia, homicidios, borracheras, orgías, o cosas semejantes a éstas?
  •          De todas éstas, debes poner una especial atención en la siguiente: la fornicación y toda clase de inmoralidad sexual: Huíd de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca. (1 Corintios 6:18).